Sobre Catalunya y España

Asisto estos días como observadora preocupada por los acontecimientos de Catalunya, pero aún más, por la reacción que han tenido en España.

Me preocupa Catalunya.

Que Catalunya se independice es algo sobre lo que no me debería pronunciar. Considero que el pueblo catalán debe ser libre para elegir su destino. Es el derecho de autodeterminación  del que soy una fiel defensora. Lo que me preocupa es que se declare unilateralmente la independencia y que se resquebraje la sociedad civil catalana.

Considero que la independencia debe salir de un proceso consensuado, mediante democracia participativa, por todos y todas las residentes de Catalunya que culmine en un referéndum. Proceso en el que el pueblo catalán cuando vote si o no a la independencia sepa qué y cómo será su modelo de estado, los pilares de su constitución y su peso internacional. Porque habrá gente indecisa que piense que para tener una normativa similar a la de España no merece la pena un cambio. Por el contrario, saber que se tendrán unas leyes distintan puede motivar la independencia.

Pero más me preocupa España

Ver como ha reaccionado el nacionalismo español pone los pelos como escarpias. Un nacionalismo heredado del nacionalcatolicismo uniformizador y aniquilador de culturas. Un nacionalismo que no acepta otro que no sea el suyo.

Tengo claro que el pueblo catalán ha empezado un proceso que ha puesto en jaque el régimen del 78 y que es motor de un germen que está recorriendo España. ¿Quien estos días no mira hacia Catalunya? Una mirada de sentimientos encontrados de personas que, por un lado, están dispuestas a todo porque no se proclame la independencia al estilo del más rancio nacionalismo español y otras que, por otro lado, vemos la oportunidad de un cambio impulsado por Catalunya.

El proceso catalán es imparable. Lo vimos el 1-O (Catalunya 1-0 España en términos futbolísticos) cuando ese pueblo catalán que estuvo doblemente reprimido en el franquismo salió a votar pese al uso (¿legal? pero no legítimo) de la fuerza del Estado español.

No se si Catalunya puede dividirse, lo que tengo claro es que la que está dividida es España.

Por un lado está el nacionalismo español ‘no-nacionalista’ de bandera y Cataluña (sic) es nuestra. Un nacionalismo transversal, que va desde la izquierda hasta la derecha más derecha de aguilucho, yugo y flechas y que sigue la herencia del franquismo de aniquilación de culturas con hoy pequeñas concesiones. Una derecha heredera del franquismo que no tiene complejo de serlo y que agazapada bajo una gaviota está enseñando sus garras.

Aquí incluyo a comunistas que como objeción dicen que el proceso está apoyado por la burguesía y además son internacionalistas; a personajes del PSOE que se atreven a decir lo que el PP no dice; a un PSOE timorato que quiere contentar a todos sus sectores y que sigue en Babia; a un gobierno reaccionario que quiere imponer su voluntad y someter a un pueblo porque, como con Franco, solo hay una verdad que es la suya y a periodistas que son la voz del régimen.

Por otro lado, estamos las personas que pensamos que debe impulsarse un cambio. Que las estructuras del 78 están resquebrajadas y que es necesario un nuevo proceso constituyente que de voz a las distintas nacionalidades que hoy integran España para que, libremente, puedan elegir su destino. Habrá quien vea la puerta de su independencia y habrá, quien como yo, considere que la solución es una República Federal integradora y que muestre orgullosa la diversidad de culturas y nacionalidades. Cosa que nunca ha hecho esta España nacional-monárquica.

Lo que está claro es que debe impulsarse el diálogo que por otra parte veo complicado. La Unidad de España es uno de los temas intocables, pero el proceso catalán es imparable. Podrá dar marcha atrás Puigdemont, pero el pueblo ya se ha pronunciado.

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